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Escrito por: Dra. Karina Cárdenas Ruiz
Publicado: 23/07/2021
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Liderazgo y gerencia para nuestro patrimonio histórico

Escrito por: Dra. Karina Cárdenas Ruiz
Publicado: 23/07/2021

La pandemia nos ha traído la urgencia de reinventar y fortalecer nuestros sistemas sanitarios, económicos, laborales y educativos. Pero hemos olvidado nuestro rico patrimonio histórico de herencia cultural preinca, inca, colonial y republicana, que necesita urgentemente de liderazgo y gerencia, modernos en su investigación, conservación, puesta en valor y difusión. Por su antigüedad y dimensión es un patrimonio que desborda por ahora todas los recursos humanos y materiales del país. Sin embargo, es parte del sello distinguible de nuestra identidad nacional y universal y fuente potencial de turismo. ¡No podemos abandonarlo! 

​El Perú tiene la suerte singular de que muchos de sus emblemáticos patrimonios históricos  como Machu Picchu, Chan Chan, las líneas de Nazca, Caral, Sipán, Chavín de Huantar y las ciudades de Cuzco y Arequipa, sean también patrimonios de la humanidad. No obstante, detrás del velo artificial de la promoción turística, vivimos de espaldas a la urgencia de un cambio radical que necesita la defensa y conservación de estos patrimonios.

​Con los patrimonios históricos peruanos y del resto del mundo pasa lo mismo que con los recursos ambientales. Forman parte esencial de nuestras vidas y de nuestra herencia milenaria, de nuestros modos y medios de coexistencia, pero solemos relegarlos, con absoluta indiferencia, a un segundo o tercer plano.

En muchos países del mundo como el Perú los ministerios de cultura despliegan presupuestos y energías en administrar como pueden sus patrimonios históricos. Lo que no hacen es precisamente lo que se requiere urgentemente en estos tiempos críticos: poner en ellos liderazgo y gerencia modernos, en un cambio sin precedentes que los llevaría a convertirse en una fuente potencial de turismo.

​Como es el caso de Egipto, Israel, Grecia, Italia, Francia, España y Turquía, entre otros países, el Perú posee tantos patrimonios históricos, principalmente arqueológicos, no sólo únicos y de gran atractivo en el mundo, sino que sobrepasan la capacidad del Estado para conservarlos, restaurarlos, administrarlos y procurarles el mejor acceso posible a la investigación, al conocimiento científico y al turismo. Ese grado de desborde tiene, indudablemente, que ocuparnos.

Por supuesto, que los gobiernos y Estados se sienten presupuestal y administrativamente desbordados, porque sencillamente arrastran la tradicional política de querer hacer todo ellos mismos, sin el concurso fundamental que reclaman hoy en día los bienes culturales: el de ser liderados y gerenciados dentro de un cambio de 180 grados en su vida y desarrollo. Esto supone indudablemente la apertura de este tipo de gestión hacia fuentes privadas y externas de inversión y gestión más allá de lo que tímidamente se ha venido haciendo.

​El monumento de Caral es, por ejemplo, en muchos sentidos, una muestra del desborde patrimonial a la capacidad del Estado. Se ha puesto allí en valor los restos de una de las más antiguas culturas de este lado del mundo, pero con una inversión en trabajo científico de campo todavía insuficiente. Es más, el área que comprende el sitio arqueológico permanece bajo la tensa amenaza de las invasiones de tierras. El punto de acceso no es el mejor para un turismo que, más allá de los contratiempos de la pandemia, podría generar un aceptable nivel de autosostenimiento. En suma, estamos ante un vestigio histórico del más extraordinario valor sumido en la lucha heroica de un trabajo arqueológico solitario.

​Como el Estado hace lo que puede y no lo que debe, entre otras cosas porque carece de recursos y gestores culturales profesionales y eficientes, los gobiernos de turno tendrían que crear las condiciones para incorporar cada vez más al sector privado y al mundo académico universitario en la portentosa tarea de recuperar nuestro rico y variado patrimonio histórico. Kuélap, Choquequirao, Písac, las huacas del Sol y la Luna, Puruchuco, Ollantaytambo, Wilkawain, Sacsayhuamán y tantos otros sitios se añaden a lo arriba mencionado, completando un mosaico heterogéneo de tiempos y culturas distintos, que demandan, sin más pérdida de tiempo, liderazgo y gerencia en sus respectivas gestiones.

​Muchos podrán decir que dadas las prioridades de atención de la salud, la economía y la educación, entre otras cosas, no es el momento de pensar en qué hacer con nuestro patrimonio histórico. Sin embargo, este tiempo de pausa debería servir para el diseño de una nueva estrategia de liderazgo y gerencia, de innovación y competitividad, que nos evite a futuro volver a tropezar con la misma piedra: la piedra de la desidia estatal frente a los grandes valores de nuestra cultura.


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