Desde la filosofía clásica hasta las discusiones contemporáneas, la ética ha sido considerada un pilar fundamental en la formación del ser humano. Platón sostenía que “la educación no consiste en llenar un recipiente, sino en encender una llama”, lo cual implica no solo transmitir conocimiento, sino cultivar la virtud y el juicio moral (La República). Esta visión sigue vigente, especialmente en campos como el Derecho, donde el ejercicio profesional impacta directamente en la vida de las personas y en la justicia social.
En este contexto, la formación ética de futuros abogados no puede ser un complemento, sino una dimensión fundamental del proceso educativo. Esto cobra particular relevancia en la modalidad de educación a distancia, cada vez más extendida en la formación universitaria. El desafío no es menor: ¿cómo asegurar el desarrollo del juicio ético y del compromiso profesional en entornos mediados por tecnologías? Este artículo, desde la mirada de una docente en educación superior a distancia, propone una reflexión sobre la responsabilidad de formar abogados éticamente sólidos en escenarios virtuales, sin perder de vista la dimensión humana del aprendizaje.
La carrera de Derecho está estrechamente vinculada con la justicia, el respeto por los derechos humanos y la responsabilidad social, teniendo como componente esencial a la inclusión social, ya que promueve la participación activa de una persona. En este sentido, la ética profesional no puede enseñarse únicamente como un código normativo que se memoriza, sino como una capacidad crítica que se construye en la práctica educativa. La enseñanza del derecho, especialmente en su fase inicial, debe propiciar que el estudiante comprenda que no se trata solo de aplicar normas, sino de interpretar realidades sociales, mediar en conflictos y actuar con integridad.
Desde esta perspectiva, formar profesionales éticamente responsables requiere una pedagogía que promueva el debate, el análisis crítico de dilemas, la argumentación y, por supuesto, la empatía. Por ejemplo, como experiencia significativa, a los estudiantes del curso de Inclusión y Accesibilidad, a través de un foro en su plataforma Clementina, se les propuso el tema de brindar su apreciación sobre el uso del carné Conadis en el transporte público. Se armó tal participación que nos llevó a construir una reflexión importante en la población estudiantil sobre este tema.
En mi práctica como docente, he aprendido que la ética no se enseña con diapositivas, sino con situaciones reales que mueven a los estudiantes a pensar y sentir. Además, estas experiencias me han confirmado que la ética no se transmite con teorías abstractas, sino con oportunidades reales para que los estudiantes dialoguen, se cuestionen y aprendan a tomar postura.
En entornos presenciales, esto se logra a través de la interacción directa, pero en la educación a distancia se deben buscar estrategias igualmente potentes y adaptadas al entorno digital. La educación a distancia ha dejado de ser una alternativa secundaria para convertirse en un modelo formativo central en muchas instituciones. Además, ofrece flexibilidad, accesibilidad y acompañamiento en el aprendizaje. Como refiere García Aretio (2021), la educación a distancia no es menos que la educación presencial, sino una estructura diferente de enseñar y aprender que, bien diseñada, puede ser incluso más eficaz. Existen tantas experiencias de estudiantes virtuales que refieren que les va mejor en sus aprendizajes a través de las plataformas, ya que les permite expresarse con mayor plenitud.
Sin embargo, en la formación ética, la distancia física puede suponer un riesgo si no se diseñan experiencias que favorezcan el desarrollo moral. La ética se aprende también en la convivencia, en el ejemplo que predican los docentes, en la resolución de conflictos reales y que las enseñanzas de sus docentes sean motivadoras de cambio, es decir, donde se promueva la ética desde las clases virtuales. Por ello, en la educación jurídica a distancia es fundamental implementar metodologías activas como el estudio de casos, los foros argumentativos, los juicios simulados virtuales y la reflexión colaborativa.
Estas estrategias permiten a los estudiantes ensayar la toma de decisiones éticas en contextos realistas, acompañados por una tutoría atenta y comprometida. Por otro lado, el entorno digital plantea nuevos dilemas éticos que deben ser parte del currículo: la protección de datos, la transparencia en el uso de inteligencia artificial, los derechos digitales, la ética de la ciberdefensa, entre otros. Lejos de ser una limitación, la educación a distancia puede convertirse en un espacio privilegiado para preparar a los futuros abogados para actuar con ética en un mundo profundamente mediado por la tecnología.
En conclusión, formar abogados en la distancia, pero con cercanía ética en entornos virtuales es posible, pero exige una visión pedagógica centrada en la persona, el uso creativo de herramientas digitales y un compromiso docente activo. La ética no se transmite con normas abstractas, sino con experiencias significativas, vivencias, diálogo genuino y reflexión compartida.
Desde la educación superior a distancia, el reto es doble: asegurar la calidad académica y sostener la dimensión ética del aprendizaje, aun cuando no se comparta el mismo espacio físico. Como docentes, tenemos la oportunidad, como decía el maestro Platón, de “encender la llama” de la conciencia profesional, no solo en los campus presenciales, sino también a través de las pantallas.