En la actualidad, la formación universitaria en administración enfrenta un reto cada vez más evidente: responder a las exigencias de un mercado laboral global, digitalizado y altamente competitivo. Por ello, miles de jóvenes estudian esta carrera con la expectativa de incorporarse con éxito al mundo profesional; sin embargo, diversas investigaciones muestran que existe una brecha entre lo que enseñan las universidades y lo que las empresas realmente necesitan. Según el Banco Mundial (2023), más del 50 % de los empleadores en América Latina consideran que los egresados universitarios no cuentan con las habilidades requeridas para desempeñarse en el entorno laboral actual. Esta percepción advierte que las instituciones de educación superior deben reformar sus programas para incluir competencias digitales, pensamiento crítico y resolución de problemas complejos, elementos que hoy son esenciales para la inserción laboral.
En efecto, el mercado laboral no se conforma con profesionales que dominen únicamente herramientas técnicas como contabilidad, finanzas o gestión de recursos humanos. Por el contrario, las competencias más demandadas en los próximos cinco años serán el pensamiento analítico, la creatividad, la resiliencia y la capacidad de aprender de manera continua. A esto se suma el hecho de que el 75 % de las empresas encuestadas considera prioritario que los nuevos profesionales manejen herramientas tecnológicas y sean capaces de liderar procesos de transformación digital.
Esta situación pone en evidencia un desfase. Mientras muchas universidades aún no priorizan planes de estudio tradicionales centrados en la transmisión teórica de conocimientos, el mundo laboral reclama perfiles capaces de adaptarse, innovar y liderar equipos diversos. A ello se suma la insuficiente relación entre la academia y la empresa a través de convenios de prácticas, investigación aplicada y espacios de formación dual que aún son limitados en la mayoría de los países latinoamericanos.
Si las universidades no rediseñan sus modelos formativos, seguirán egresando administradores con títulos profesionales, pero con competencias insuficientes para afrontar escenarios laborales complejos. Es necesario replantear la experiencia universitaria con metodologías activas, proyectos interdisciplinarios y un contacto permanente con los problemas reales de las organizaciones. Asimismo, el desafío no consiste únicamente en incorporar cursos de innovación o digitalización, sino en transformar la manera en que se concibe la enseñanza. Frente a este escenario, se requiere fomentar en los estudiantes la capacidad de aprender a lo largo de la vida, de adaptarse al cambio y de construir soluciones creativas en entornos inciertos.
Finalmente, la pregunta que queda abierta es clara: ¿están las universidades de nuestra región preparadas para reformar sus modelos educativos y formar administradores con las competencias que hoy exige el mercado global, o seguirán produciendo egresados con conocimientos teóricos que dialogan poco con la realidad empresarial?