La educación superior está viviendo una transformación profunda. Esta evolución ha dejado de ser una promesa futura para convertirse en una necesidad urgente. Por ello, hablar de transformación digital no es una novedad, pero sigue siendo un reto constante, donde los docentes y estudiantes se enfrentan a un nuevo modelo educativo. En este nuevo escenario, la tecnología ocupa un rol central, no solo como herramienta, sino como entorno natural del aprendizaje.
Sin embargo, este cambio no ha sido homogéneo ni siempre exitoso. En América Latina, menos del 50 % de las universidades han logrado integrar una estrategia digital efectiva en sus procesos académicos y administrativos, según reportes de la Unesco. A ello se suman múltiples dificultades, que van desde la brecha tecnológica que afecta a estudiantes de zonas rurales o con menos recursos, hasta la falta de formación específica de muchos docentes, quienes tuvieron que adaptarse bruscamente al mundo virtual sin el acompañamiento adecuado. No se trata únicamente de manejar una plataforma, sino de entender que enseñar en entornos digitales exige una manera distinta de planificar, interactuar y evaluar.
Más allá de los números, resulta urgente replantear el papel de la universidad en la era digital, donde el centro ya no es el docente que transmite, sino el estudiante que construye su conocimiento. En este contexto, el rol del profesor se redefine como facilitador, guía y acompañante en un proceso que es más flexible, autónomo y complejo. Por lo tanto, esta nueva realidad educativa exige la incorporación de tecnologías como la inteligencia artificial, la analítica de datos o los entornos virtuales inmersivos. Pero, sobre todo, demanda voluntad institucional y una visión estratégica.
Ante este panorama, algunas acciones concretas pueden marcar la diferencia: ampliar el acceso a la conectividad mediante programas de apoyo a estudiantes y docentes, invertir en infraestructura tecnológica sostenible, fomentar la innovación educativa y valorar a quienes se atreven a experimentar nuevas formas de enseñar. Asimismo, es urgente revisar y actualizar los planes de estudio, incorporar competencias digitales como parte del perfil profesional de los egresados y, en especial, impulsar una educación con sentido, centrada en las personas, no en las herramientas.
Finalmente, cabe preguntarnos: ¿estamos preparados para construir una universidad digital que no pierda de vista su esencia formativa?