
“Uno y otro” respondiendo al trauma psicológico: los niños y el abuso sexual
Docente Renacyt de la Escuela de Psicología
Campus Chiclayo

En una conceptualización metafórica, utilizo las palabras “Uno y otro” para representar a dos niños que vivenciaron un trauma con alto grado de similitud, pero que respondieron diferente.
Los eventos traumáticos son múltiples y nadie está exento de vivir alguno. Casi de forma estándar, el abuso sexual es aquella situación que problematiza la estructura cognitiva, almacenando y movilizando recuerdos inconscientes del sujeto; sin embargo, ¿por qué respondemos distinto? ¿qué conlleva a “Uno” a desarrollar un trastorno de angustia y a “Otro” un trastorno disociativo?
Primero, es necesario comprender que el abuso sexual no solo corresponde a la invasión de la intimidad, al plano físico, el simple recuerdo y/o visión repulsiva del hecho; también envuelve una inscripción simbólica del evento, es decir, el abuso sexual sobrepasa los recursos mentales del niño. Con esta conjetura se afirma que, en el niño, el abuso sexual corresponde a un trauma por acto violento y por la imposibilidad de comprender lo que ocurre, pues el significado del evento supera el simbolismo del niño y sus limitaciones internas sobre la sexualidad.
Un evento como el abuso sexual de un pariente cercano, quien se presenta en un primer momento como cuidador y protector del niño, no puede ser elaborado psicológicamente en la consciencia de este último, porque invade su cuerpo, su deseo y lo vulnera, dejándolo en una situación ambivalente en la que se pregunta si responde por cariño, calla por amor o agrede por el propio bienestar. Estas dos primeras respuestas son las más comunes cuando quien violenta es un ser respetado y/o querido.
Entonces, surge el evento y llega la respuesta; “Uno y otro” deben protegerse y utilizan dos mecanismos compensatorios. “Uno” utiliza la represión (guardar inconscientemente lo vivido y no recordar nada) y “Otro” utiliza la disociación (desconectarse del evento y separarse mentalmente como si nada pasara). Para explicar estos eventos, describo el ejemplo de dos de mis pacientes atendidos en el año 2023.
“Uno” era un niño de 5 años, quien vivía solo con mamá; ella lo alistaba para que vaya a la escuela, le preparaba la lonchera, lo peinaba y planchaba su uniforme. Un quehacer diario de la madre y una vida monótona. Luego que dejara al niño en la escuela, ella iba a trabajar como empleada del hogar y retornaba cerca de las seis de la tarde, recogiendo a “Uno” de la casa de sus tíos.
“Uno” era callado, pero no silenciado. A los meses la madre notó, sin importancia para ella, que estaba más callado de lo normal. El tiempo pasó y nunca se supo nada. Sin embargo, es hasta los 9 años de “Uno”, quien después de ver el noticiero en el que un tío abusó sexualmente de su sobrino “jugando a la guerra”, recordó inmediatamente que este era un juego parecido que de forma constante sostuvo con su tío cuando él tenía 5 años. Recordó frases como “Toma mi arma para que entres a la guerra”, “yo te cubro poniéndome encima tuyo” y algunas más que, de modo consciente y por medio de los sueños, lo perturbaron y propiciaron que acuda a consulta psicológica.
El evento aquí fue reprimido por dolor y encubierto por la inocencia del niño y la manipulación del abusador. Pero, finalmente, una represión se activó ante un estímulo (el noticiero) y rozó el trauma.
Para la explicación de la disociación, está el caso de “Otro”, un niño que a los 6 años vivenciaba maltratos de sus compañeros de una escuela estatal. “Otro” era un niño introvertido, aparentemente con rasgos de personalidad muy similares a los de “Uno”. Un grupo de cuatro estudiantes usualmente se burlaba de él.
“Otro” contaba con su tío, un sujeto, aparentemente amable, de talla alta y contextura gruesa, a quien le comentaba estos hechos. Su tío lo invitaba a dormir con él y a rezar para que al día siguiente no le ocurra lo mismo.
A los 10 años, “Otro” en consulta psicológica relata que un martes por la noche su tío lo invitó a dormir con él, quien con su gigantesco cuerpo lo abrazó y que empezó a tocarle la parte baja de la espalda, la ingle y posteriormente los glúteos. La escena se repitió algunos días más, llegando a la frotación. “Otro” señala que, en estos periodos, él no suprimía la información, sino que, para evadir la experiencia, en su mente viajaba a un lugar de árboles, abundante aire y sonido de pájaros; es decir, disociaba.
Con estos casos, podemos distinguir dos mecanismos de defensa en dos niños con rasgos similares y con eventos parecidos.
La represión es un mecanismo de una personalidad más estructurada, lo que los psicoanalistas llaman personalidad neurótica y lo que traduce a la personalidad casi común de la población. El niño con rasgos de este tipo de personalidad considera al contenido temible, logra entender que es un evento dañino y entonces lo almacena en su inconsciencia, eliminándolo de su realidad; no lo ve ni lo busca, solo lo almacena para que no le duela más. Mientras que, la disociación es más primitiva; la personalidad no está estructurada, es muy común en niños pequeños (infantes) y bastante inmaduros. Esto surge debido a que el niño no comprende lo que está pasando, no sabe el porqué de su ocurrencia, no consolida como real lo que sucede y entonces decide no pensar en la vivencia y disocia.
Además de la personalidad, la intensidad del evento y la representación del sujeto que abusa son variables importantes para la forma de respuesta y devolución sintomática de “Uno” y de “Otro”. Algo importante de señalar es que ninguna persona escoge disociar o reprimir; esto, aunque parezca extraño, lo escoge la mente para proteger a quien sufre el abuso.
No quiero terminar la reflexión sin antes aclarar la importancia de los padres como, quizá, únicos cuidadores de sus hijos, y la necesidad de la transparencia (acorde a la edad) de la comunicación sobre sexualidad con los mismos. Los “Unos” y los “Otros” pueden hablar a tiempo con la confianza y cercanía parental. También es un principio de paternidad que ambos progenitores conozcan a sus hijos, identifiquen cuando algo moviliza la estadía emocional de sus niños. El padre no necesita teorías ni leerse un “manual psicológico” para saber que su propio hijo se comporta diferente.
Es fundamental también la inmediatez de la terapia psicológica y, en algunos casos, psiquiátrica.