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Celulares en el aula: ¿una medida necesaria?

Por: Mgtr. Ulises Lozano Reátegui
Docente del Programa de Formación Humanística
Campus Tarapoto
julio 22, 2025
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Es indudable que la pandemia del Covid-19 ha marcado un antes y un después en todas las estructuras sociales de los países, entre ellas la educación. Los docentes —más aún aquellos que realizan esta actividad desde el siglo pasado— son testigos de primera mano de la transformación de los usos y costumbres de las tecnologías en el ámbito educativo.

 

En este artículo, analizaré —a partir de mi experiencia directa— cómo ha cambiado el “chip” de los alumnos desde el año 2000. La permisividad de ciertos hábitos negativos en el uso de las TIC —en este caso celulares— en el aula, una medida demasiado arraigada.

 

Estos aparatos son un elemento distractor y, al mismo tiempo, disruptor de notoria trascendencia, debido principalmente a la llegada del internet, pero que hoy se ve acrecentada por la omnipresencia de la inteligencia artificial generativa, que está, metafóricamente hablando, secuestrando la mente de los alumnos.

 

Sin embargo, los celulares no son realmente el problema en sí mismos, sino los propios alumnos y sus hábitos que muestran en cada sesión de aprendizaje. Es casi surrealista ver cómo un alumno, haciendo alarde de triunfo (según su esquema mental), siente que es una victoria responder en cuestión de segundos lo que encuentra en la IA cuando el docente propone un reto para ser resuelto en el aula. La conexión de los alumnos con este campo informático es tan adictivo y obsesivo que, repitiendo ellos la respuesta que muestra ChatGPT y sin entender nada del proceso de resolución del problema, ellos asumen una conducta triunfalista, sin tener la mínima noción de que sólo han obtenido una victoria inmerecida y artificial, sin una pizca de esfuerzo mental. Es realmente preocupante.

 

Para un docente de educación superior que estudió secundaria cuando no existían estas tecnologías (entre los años 60 y 90), es casi risible —de forma anónima, pues podría herir la susceptibilidad del alumno— ver cómo se siente triunfador y seguro de brindar una respuesta con solo pulsar algunas teclas del celular. ¿Esto lo hace el más aplicado de la clase? Es lamentable y, quizás, trágico. Esto solo es la construcción de un castillo de arena, porque un simple “ven a la pizarra y demuéstralo” por parte del docente destruye su ego inflado artificialmente.

 

¿Qué sucederá en los próximos años con estos futuros ingenieros, arquitectos, abogados, entre otros profesionales, que saldrán de las instituciones educativas de nivel superior? ¿Cuál será la frontera final de esta forma de usar los celulares y la IA en el aula? ¿Estamos viendo nacer una generación de “idiotas”, predicción que se atribuye a Albert Einstein décadas atrás? Suena aterrador y oscuro, porque sobre sus hombros está la responsabilidad del futuro. Según Elon Musk y otros científicos, la inteligencia artificial en unos años será “más inteligente” que el ser humano, idea con la que discrepo; pues aún tenemos humanidad y eso nos da, por ahora, una ventaja competitiva.

 

Pero también, ¿qué podemos hacer en las aulas para tratar de mitigar este impacto negativo de la adicción al uso del celular en los alumnos? En algunos lugares del mundo, está prohibido el uso de estos equipos en los salones de clase. Sin embargo, para no violar su derecho a las telecomunicaciones, se pueden implementar organizadores, donde los alumnos puedan colocar su móvil y, en caso ingrese una llamada, puedan contestarla. Cualquier llamada puede ser una emergencia, indudablemente; hay cursos donde sí se necesita usar estos aparatos, pero en los que no, debería ser una regla evitarlo.

 

¿Sería posible implementar esta medida de cero celulares en el aula, excepto en algunos cursos que lo requieran? La respuesta es sí. Los móviles pueden estar disponibles para recibir y emitir llamadas de emergencia, pero durante la clase estarán lejos de las manos de sus propietarios. Esta medida cautela el derecho de los alumnos a las telecomunicaciones y también evita que estén literalmente pegados a sus móviles.

 

Existen experiencias internacionales que podrían servir de modelo, como ocurrió en Japón tras un terremoto, donde se prohibió el uso de los celulares en el aula, los alumnos no tuvieron acceso inmediato a sus móviles, porque estaban literalmente “confiscados”. Tras ello, se modificó esta disposición para que los alumnos tuvieran el celular con ellos, pero con la prohibición tajante de no usarlos durante las clases.

 

También debemos tener en cuenta las decisiones que puedan tomar los directivos de las instituciones. Sin su predisposición y voluntad, no será factible ni viable este tipo de medidas y protocolos, que, poniendo en la balanza, generaría una repercusión respecto a un mejor uso de las capacidades mentales y de pensamiento lógico de los alumnos. En consecuencia, cualquier medida debe ir acompañada del compromiso institucional.

 

¿Cómo lo sabremos si esto funciona o no? Simplemente haciéndolo. No esperemos resultados diferentes si seguimos haciendo lo mismo. La tecnología es inevitable, seguirá in crescendo. Ya es parte de las actividades humanas, pero no podemos hacer que nos reemplace, sino que sea nuestra mejor herramienta de productividad. No podemos dejar que nos atrape, sino prescindir de ella cuando sea necesario. ¿Llegará la IA a diseñar nuevas proteínas o moléculas, innovar tratamientos médicos de forma autónoma o descubrir inéditos compuestos químicos? Sí, pero mientras tanto debemos cautelar la mente de las personas para un mejor uso y gestión; de lo contrario, los humanos nos convertiremos en siervos de la tecnología, especialmente de la inteligencia artificial.

 

Finalmente, de acuerdo con un artículo que escribí el año 2000 en la revista institucional de un colegio secundario de Morales - Tarapoto, disponible en https://desdeodiseo.blogspot.com/2013/03/reflexion-informatica.html,  “esperemos que nuestra creación no se convierta en nuestro creador”.

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