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Creatividad en la era de la automatización: ¿complemento o reemplazo?

Por: Ing. Nataly Santoya Rojas
Docente de la Escuela de Ingeniería de Sistemas
Campus San Juan de Lurigancho
julio 3, 2025
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Vivimos una época marcada por avances tecnológicos que han redefinido la forma en que trabajamos, nos comunicamos y creamos. La automatización se ha consolidado como una fuerza transformadora en diversas industrias. Desde la manufactura hasta el marketing digital, los sistemas automatizados y la Inteligencia Artificial (IA) asumen tareas repetitivas, optimizan procesos y toman decisiones que antes eran exclusivas del juicio humano. Este fenómeno, aunque admirado por su eficiencia, también ha despertado inquietudes profundas, especialmente al penetrar en espacios tradicionalmente vinculados con la creatividad. Entonces, surge la siguiente interrogante: ¿la automatización representa una amenaza real para la creatividad humana o podría convertirse en su mejor aliada?

 

Durante siglos, la creatividad fue entendida como una cualidad exclusivamente humana, estrechamente vinculada con la emoción, la intuición y el bagaje cultural de cada individuo. Sin embargo, la irrupción de herramientas como ChatGPT, DALL-E o plataformas de composición musical generativa ha comenzado a difuminar la línea entre lo humano y lo artificial. Estas tecnologías son capaces de escribir poesía, generar ilustraciones, componer melodías e incluso diseñar interfaces funcionales. Pero, a pesar de su sofisticación, la IA no crea en el sentido genuino de la palabra. Las máquinas no poseen conciencia, no sienten, ni interpretan el mundo con subjetividad; lo que hacen es procesar grandes volúmenes de información para replicar patrones ya existentes. La llamada “creatividad” de una IA no es más que una simulación estadística de nuestras propias expresiones, una sofisticada imitación sin intención ni propósito original.

 

Sin embargo, reducir el papel de la automatización a una simple amenaza sería un error. En muchos casos, la tecnología actúa como un potenciador de la creatividad humana. Por ejemplo, un diseñador gráfico puede generar rápidamente múltiples propuestas visuales y concentrarse en afinar detalles conceptuales. Por otro lado, un músico puede explorar nuevas sonoridades gracias a herramientas de IA que le permiten salir de su zona de confort. Asimismo, un escritor puede desbloquear su inspiración al recibir sugerencias textuales que abren nuevas líneas narrativas. En este tipo de sinergias, la máquina no reemplaza al creador, sino que actúa como una extensión de sus capacidades. La verdadera creatividad se manifiesta cuando el ser humano emplea la automatización para explorar nuevos territorios, plantear nuevas preguntas y materializar ideas con mayor agilidad y alcance.

 

Desde la perspectiva de la Ingeniería de Sistemas, este fenómeno representa un desafío técnico, ético y social. Los ingenieros no desarrollan sistemas en el vacío: deben anticipar cómo sus creaciones interactuarán con los usuarios, cómo influirán en la toma de decisiones y cómo pueden integrarse sin deshumanizar procesos clave. Diseñar soluciones automatizadas implica un ejercicio de creatividad técnica, que requiere sensibilidad, criterio y responsabilidad. No basta con construir software funcional; es indispensable que esas soluciones generen valor real, respeten la experiencia humana y liberen a las personas de tareas rutinarias para que puedan enfocarse en aquellas que demandan mayor carga intelectual y emocional.

 

Pero el potencial positivo de la automatización también lleva consigo un riesgo latente: el uso indiscriminado o acrítico. Cuando se delega por completo el pensamiento a la máquina, se corre el peligro de atrofiar habilidades fundamentales como el análisis, la reflexión y la imaginación. Si los profesionales y particularmente los estudiantes se limitan a consumir contenidos generados automáticamente, sin comprenderlos ni cuestionarlos, se rompe el ciclo de aprendizaje significativo. Además, en contextos institucionales, sustituir el juicio humano por decisiones automatizadas sin supervisión puede perpetuar sesgos, errores o incluso vulnerar principios éticos fundamentales.

 

Por lo tanto, resulta imprescindible que la formación en sistemas no se limite al dominio técnico. La educación debe fomentar una visión crítica, integradora y humanista de la tecnología. Se necesitan ingenieros que no solo desarrollen código, sino que piensen en el impacto de su trabajo, es decir, profesionales capaces de liderar con criterio, creatividad y compromiso en una era dominada por algoritmos.

 

En definitiva, la automatización no debe ser vista como enemiga de la creatividad humana. Bien integrada, puede convertirse en una aliada poderosa para pensar profundamente, crear con mayor libertad y resolver problemas con un enfoque verdaderamente innovador. La clave no está en resistirse al avance tecnológico, sino en aprender a convivir con él de manera consciente, ética y estratégica. Si elegimos utilizar la automatización como un complemento de nuestras habilidades y no como un sustituto, preservaremos la esencia de nuestra creatividad y la proyectaremos hacia horizontes que antes parecían inalcanzables.

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