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Ciudades inteligentes, ciudadanos desconectados

Por: Dr. Even Deyser Pérez Rojas
Coordinador de la Escuela de Ingeniería de Sistemas
Campus San Juan de Lurigancho
julio 3, 2025
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El concepto de “ciudad inteligente” ha dejado de ser una visión futurista para convertirse en un objetivo prioritario de muchas agendas urbanas en América Latina y el mundo. Sensores, cámaras, algoritmos, semáforos automatizados, plataformas de servicios públicos y transporte en tiempo real, todo indica que vamos hacia una convivencia mediada por sistemas interconectados. A causa de esta revolución tecnológica urbana surge una pregunta incómoda, aunque urgente: ¿estamos diseñando ciudades realmente para las personas o más bien para las máquinas que las gestionan?

 

El discurso de la smart city se presenta como promesa de eficiencia, sostenibilidad y modernidad. Sin embargo, en la práctica, a menudo se limita a implementar tecnologías de forma fragmentada, sin comprender a fondo las dinámicas sociales y el tejido humano de la ciudad. ¿De qué sirve tener semáforos inteligentes si los peatones no tienen veredas seguras? ¿Qué sentido tiene digitalizar trámites si una parte significativa de la población no tiene acceso estable a internet? ¿Puede llamarse inteligente una ciudad donde la vigilancia digital crece más rápido que la participación ciudadana?

 

En este contexto, el rol del ingeniero de sistemas adquiere un nuevo nivel de responsabilidad. No basta con diseñar soluciones tecnológicas funcionales; es necesario pensar en sistemas que sean inclusivos, éticos y sostenibles. La ciudad no es un conjunto de dispositivos ni una red de datos: es un ecosistema humano, donde conviven necesidades diversas, culturas distintas y desigualdades profundas. Implementar tecnología sin considerar ese contexto puede terminar profundizando la brecha entre quienes acceden a los beneficios del “progreso” y quienes quedan excluidos del mismo.

 

Además, el uso indiscriminado de sensores, cámaras y monitoreo constante introduce otra tensión: el control versus la libertad. El ciudadano conectado se vuelve, a la vez, rastreado, evaluado y predecible. ¿Qué tipo de ciudadanía estamos cultivando si todo comportamiento está mediado por algoritmos de eficiencia? La ciudad del futuro no puede ser una ciudad vigilada, donde todo está optimizado, pero nada se cuestiona.

 

El desafío no es solo técnico, es profundamente ético. Los ingenieros del presente y del futuro, particularmente aquellos que se forman en carreras como Ingeniería de Sistemas, Ciberseguridad o Ciencia de Datos, deben asumir que están diseñando no solo infraestructuras, sino formas de vida. Cada decisión sobre qué automatizar, qué priorizar o qué medir tiene un impacto directo en la calidad de vida de millones de personas.

 

En un contexto como el peruano, donde muchas urbes crecen de manera desordenada, con carencias básicas aún insatisfechas, hablar de ciudades inteligentes no puede limitarse a importar modelos de otros continentes. Se necesita pensar en “inteligencia contextual”: soluciones adaptadas a nuestra realidad, tecnologías que respeten nuestra diversidad cultural y modelos de ciudad que coloquen al ser humano, y no a la máquina, en el centro de la ecuación.

 

La verdadera ciudad inteligente será aquella que, más allá de sensores y datos, sea capaz de escuchar a sus ciudadanos, incluir a sus comunidades y responder a sus desafíos con visión humana. El ingeniero de sistemas no debe ser solo el que programa el algoritmo, sino el que imagina, junto a urbanistas, sociólogos y ciudadanos, un modelo de convivencia más justo, más seguro y más digno.

 

En este momento histórico, la tecnología no es el fin: es apenas una herramienta. El verdadero reto no es automatizar más cosas, sino reconectar con el propósito de toda ciudad: servir a la vida humana en todas sus formas. Solo entonces, las ciudades dejarán de ser frías plataformas de datos para convertirse en lo que siempre debieron ser: espacios vivos, humanos y sostenibles.

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