En los últimos años, el ingreso de la inteligencia artificial al ámbito académico ha transformado la manera en que los estudiantes elaboran sus trabajos de investigación. Por ello, el ChatGPT se ha convertido en una herramienta ampliamente utilizada para organizar ideas, redactar textos o incluso proponer estructuras completas. No obstante, este fenómeno ha despertado un debate profundo, pues en una universidad peruana, más del 35 % de los estudiantes reconoce usar esta herramienta digital de manera frecuente para buscar información, mientras que el 50 % lo emplea para mejorar la redacción de sus trabajos. Sin embargo, según reportes dados por el Ministerio de Educación (Minedu), los mismos estudiantes advierten que esta práctica puede conducir a una dependencia peligrosa, donde más del 90 % identifica el riesgo de confiar demasiado en la herramienta, un 89 % señala la posibilidad de incurrir en plagio y cerca de dos tercios reconocen la necesidad de verificar constantemente la información obtenida. De manera paralela, un estudio internacional muestra que los estudiantes que se apoyan excesivamente en IA generativa suelen obtener, en promedio, puntuaciones menores en evaluaciones tradicionales, lo que pone en evidencia que la asistencia tecnológica no reemplaza el aprendizaje genuino.
Frente a esta realidad cabe preguntarse: ¿es ChatGPT un verdadero aliado en la formación investigadora? La respuesta no es sencilla. Por un lado, es indiscutible que esta herramienta puede optimizar el tiempo de los estudiantes, ayudándolos a estructurar un trabajo, organizar ideas o perfeccionar la redacción. Además, puede servir como apoyo para docentes que buscan diversificar recursos pedagógicos o reducir la carga administrativa. Sin embargo, los riesgos no son menores, puesto que el contenido generado no siempre es veraz y puede incluir errores graves o lo que se conoce como “alucinaciones”. También, existe el peligro de que los estudiantes sustituyan el análisis crítico por una dependencia mecánica de la tecnología, debilitando su capacidad de reflexión, síntesis y escritura autónoma.
En ese sentido, el verdadero problema no radica en la existencia de la inteligencia artificial, sino en el modo en que se incorpora al proceso educativo. Por ello, si se utiliza sin orientación, sin normativas claras y sin supervisión, el resultado puede ser una generación de profesionales que no ejerciten adecuadamente el pensamiento crítico ni la rigurosidad investigativa; por el contrario, si se integra de manera estratégica, bajo criterios éticos y pedagógicos, ChatGPT puede convertirse en un recurso complementario que potencie la creatividad y la investigación.
La inteligencia artificial no debe entenderse como un sustituto del esfuerzo intelectual, sino como un acompañante, donde la educación superior tiene la responsabilidad de formar estudiantes capaces de discernir, contrastar fuentes y asumir la autoría de sus ideas. Para ello, se requiere el diseño de políticas institucionales que regulen su uso, capacitaciones permanentes tanto para docentes como para estudiantes y una revisión de las prácticas de evaluación que prioricen el pensamiento original por encima de la simple reproducción de contenidos. El debate sobre ChatGPT en la investigación académica no está cerrado; por el contrario, abre una pregunta fundamental para el futuro de la educación: ¿estamos preparados para enseñar a nuestros estudiantes a usar la inteligencia artificial de manera crítica y responsable, o permitiremos que se convierta en un sustituto del aprendizaje real?