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Mario Vargas Llosa: el escritor que aún camina entre nosotros

Por: Angie Alex Quero
Estudiante de Ciencias de la Comunicación
abril 24, 2025
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La muerte suele ser apenas una estación para quienes hicieron de la palabra su territorio más íntimo. Mario Vargas Llosa, el hombre que cruzó generaciones a golpe de novelas, ensayos y discursos, ha partido, dejando tras de sí un legado que respira en cada lector que alguna vez se atrevió a perderse en sus laberintos narrativos. No fue solo un escritor; fue también un testigo del tiempo, un luchador incansable por la democracia, un soñador que jamás renunció a su fe en la literatura como arte y como brújula moral.

 

A sus 89 años, Vargas Llosa abandonó este mundo con la misma elegancia con la que había llenado de historias los silencios de tantos. En sus últimas entrevistas a El País, dijo: «La literatura no cambia el mundo, pero cambia la manera en que lo habitamos», y quizás hoy, en su partida, entendemos el verdadero peso de esas palabras. Su obra no construyó imperios ni derribó gobiernos, pero sí moldeó sensibilidades, educó miradas, enseñó a sospechar de las verdades oficiales y a imaginar otros caminos posibles.

 

Quienes compartieron con él el rigor de las letras y la pasión por el oficio recuerdan hoy no solo un genio, sino una extraordinaria disciplina. Alonso Cueto, su colega y compatriota, recordó en su homenaje que «Mario no descansaba. Para él, la literatura era una forma de vida y de resistencia. No escribía porque quisiera. Escribía porque no podía no hacerlo». Aquellos que alguna vez cruzaron palabras con él sabían de su cortesía impecable, pero también de su exigencia consigo mismo y con su entorno social.

 

Carmen Posadas, escritora española y amiga cercana de Llosa, evocó sus charlas interminables sobre literatura, política y amor: «Mario tenía la capacidad de hablar de cualquier cosa con una pasión que desbordaba. Era como si todo en la vida mereciera ser vivido intensamente, discutido, escrito». Esa misma pasión fue la que lo llevó a recorrer el mundo, a polemizar en foros, a defender la libertad en cada espacio en el que se sentía convocado. Era un hombre de acción tanto como de pensamiento.

 

En sus últimas entrevistas, se revelaba un Vargas Llosa sereno, consciente del tramo final del camino, pero nunca derrotado. «He vivido para contar historias. Si pudiera nacer otra vez, lo haría del mismo modo», confesó en uno de sus últimos encuentros públicos. No había en sus palabras nostalgia ni dramatismo, sino una serena gratitud por haber encontrado, desde muy joven, el motor que guiaría su existencia.

 

Mario Vargas Llosa no solo escribió novelas como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral o La fiesta del Chivo, obras que redefinieron la literatura en español. También ofreció un modo de habitar la cultura: comprometido, incómodo a veces, pero siempre vibrante. Su nombre se une ahora a la estirpe de aquellos que no mueren del todo, que siguen palpitando en cada nueva lectura, en cada joven escritor que decide tomar una pluma y lanzarse al abismo de la creación.

 

Hoy, las ciudades que amó —Arequipa, Lima, París, Madrid— guardan ecos de su voz. Sus personajes, sus frases talladas en la memoria, su aguda mirada sobre el poder y la condición humana nos acompañarán como quien lleva una brújula invisible en el bolsillo. Vargas Llosa no fue un creador de mundos perfectos, sino un constructor de mundos posibles, llenos de contradicciones, belleza y dolor.

 

Mientras las páginas de sus libros sigan abiertas, su ausencia será apenas un espejismo, porque hay ausencias que no se llenan, pero tampoco se olvidan; hay voces que el tiempo respeta y que los siglos reverencian en silencio.

 

Y ahora que el rumor de sus historias se convierte en viento, cabe preguntarse, en el rincón más íntimo de nuestra conciencia: ¿será esta la última vez que escuchemos su voz, o acaso, en algún pliegue secreto del tiempo, Vargas Llosa aún nos esté contando una historia que todavía no sabemos que existe?

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