Leía un comentario reflexivo de un colega que fue nuestro docente universitario, a quien se le preguntaba quién había sido el mejor presidente en los últimos 30 años en el Perú. Definitivamente, una compleja respuesta en el entendido de que muchos no pueden desprenderse de sus tendencias políticas para responder con objetividad. Lo cierto es que, salvo los señores Paniagua y Sagasti, todos los demás han sido y son procesados judicialmente -curiosamente aquellos elegidos democráticamente- ya que los antes mencionados asumieron la presidencia ante la coyuntura accidental generada por los cuestionamientos a los que fueron elegidos electoralmente, y todo parece indicar que esa misma suerte correrá el mandatario actual.
En aula siempre comentamos que la estabilidad económica perdida con el primer gobierno alanista se recuperó en el regobierno fujimorista, aunque a un costo social muy alto, pues los tentáculos de la corrupción crecieron abominablemente en dicho periodo y sus efectos nocivos se mantienen hasta la fecha.
Haciendo cuentas, resulta que quienes han sido menos cuestionados al asumir la presidencia son aquellos que tuvieron que aceptar el cargo de manera transitoria por la coyuntura presentada, no habiendo sido elegidos para ello a través del voto democrático. Y eso parece indicar dos cosas: que los partidos o agrupaciones políticas no han aprendido a elegir correctamente a sus candidatos al sillón de Pizarro, y que los ciudadanos tampoco hemos aprendido las lecciones anteriores y solo votamos por el temor a la multa, cumpliendo con el deber sin analizar propuestas ni la calidad profesional y personal del candidato, sin conocer el perfil de formación política que debería ser fundamental para elegir a conciencia, no al amigo sino al que verdaderamente esté a la altura de tan alta investidura.
Creemos que un punto de partida sería evitar que los candidatos presidenciales tengan la condición de invitados, esto es, que obligatoriamente formen parte de los cuadros políticos de los partidos formados al interno. Con ello se evitaría llevar al más "pepón", o al más "conocido", o al más "polémico" o al más "sufrido" al sillón presidencial. La preparación política debe ser fundamental para evitar a los improvisados que nunca faltan y que son muchos en nuestro país, los que teniendo poder económico personal o apoyo de "lobbys financieros" terminan asumiendo un cargo para el que no están preparados ni técnica ni personalmente; y es en esa línea que debemos ser conscientes de que no existirá jamás un buen presidente si antes no es buena persona. Humilde opinión.
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